La difícil situación de las mujeres en Afganistán

Una vez más, los talibanes gobiernan Afganistán, como lo hicieron desde 1996 hasta 2001. Lo sucedido en aquel período sugiere qué es lo que puede ocurrir, socialmente, con las mujeres en esta segunda incursión del movimiento islámico en el poder.

Han pasado 20 años, pero los talibanes parecen haber cambiado bastante poco. Mantienen su tendencia a considerar muy poco a las mujeres. Pese a ello, saben que el mundo resiste el maltrato que les dispensan.

Por eso, inmediatamente después de apoderarse de Kabul el 15 de agosto pasado, se esforzaron por tratar de mostrar señales de ``apertura''. Primero, se autodefinieron como un movimiento hoy ``más experimentado'' y, segundo, como un grupo ``que no quiere tener enemigos ni internos, ni externos''. Pacífico, entonces, pero ocurre que su propia imagen y la constante portación de armas largas, desmienten, con realismo, su fallida pretensión de disimulo.

En esta segunda etapa en el poder señalan, por ejemplo, que ``los derechos de la mujer serán respetados'', añadiendo enseguida ``dentro del derecho islámico'', borrando de alguna manera con el codo lo que previamente escribieron.

A lo antedicho se agrega el sostener que ahora serán ``inclusivos'', lo que quiere decir que las incluirán en los cuadros de gobierno. No obstante, lo sucedido con el primer gabinete es bien sugestivo: no aparece ninguna mujer. Por esto, las expectativas de un cambio en dirección al respeto de la mujer no son demasiado altas, ni están abonadas por hechos, sino por dichos, lo que es muy distinto. Por el momento, entonces, no hay señales visibles de cambio.

Las primeras medidas adoptadas recientemente por los talibanes sugieren que no han cambiado demasiado su visión tradicional, que reduce las posibilidades de las mujeres a una vida caracterizada por una suerte de reclusión social.

DEPORTES VETADOS

Un primer ejemplo es la rápida prohibición a todas las mujeres en materia de la práctica de deportes, que les está vedada. Sin embargo, juran y perjuran que han cambiado. Aunque se esfuercen por disimular lo que pasa, como ocurre con la ``práctica deportiva'', que presuntamente es permitida, pero está calificada como ``innecesaria'' para las mujeres. No recomendable, en consecuencia. En este ejemplo en particular una de las preocupaciones que deslizan inmediatamente tiene que ver con que creen que el uniforme deportivo contradice el código islámico que regula las vestimentas.

Para las mujeres, sostienen, es necesario el llamado burka, a lo que añaden que es bueno que también se vistan con el llamado abaya, que les cubre el cuerpo entero, partiendo del supuesto que las curvas femeninas conforman una ``tentación pecaminosa''. 

Por esto no las dejan jugar más al cricket, porque las circunstancia de ese deporte pueden derivar en que -de pronto- tengan que descubrir parte del rostro o del cuerpo. El mencionado deporte es importante en Afganistán, pero poco conocido en el resto del mundo, con excepción de la burbuja británica.

En los hechos, las deportistas afganas están señalando que las autoridades tratan de alejarlas de las prácticas deportivas. A esto último cabe agregar que, gracias a Dios, los talibanes permiten a las mujeres salir de compras aunque ``siempre que ello sea necesario'', limitante que les permite ser arbitrarios cada vez que así lo quieran.

Las afganas, entonces, sufren amenazas constantes y algunas hasta han sido asesinadas o secuestradas. El caso más conocido es de Salima Mazari, que organizara una milicia de mujeres como recurso para darles alguna protección efectiva. Tres días después del anuncio respectivo, ella fue capturada y recluida en prisión.

Las mujeres dedicadas a las cuestiones sociales y a la política, en general, denuncian estar incluidas en una lista negra. Lo mismo ocurre con aquellas que se dedican al periodismo, respecto de las cuales pareciera suponerse alguna ``peligrosidad''. Por esto en las calles de Kabul, de tanto en tanto, aparecen mujeres, siempre acompañadas por un varón, aunque portando en sus hombros ametralladoras de origen ruso.

El 50% de las mujeres afganas, según Human Rights Watch, tiene educación secundaria. Algo parecido sucede a nivel universitario, particularmente en la universidad de Herat, donde aproximadamente la mitad del contingente estudiantil está compuesto por mujeres. En rigor, la libertad de circulación de las mujeres sólo puede ejercerse con algún grado de plenitud si están acompañadas específicamente por un varón.

En algunos casos las vestimentas son aún más restrictivas, desde que se obliga a las mujeres a utilizar asimismo el llamado "niqab", que cubre los rostros y sólo deja ver los ojos.

Curiosamente, para ponerlas pretendidamente a salvo, en las universidades se sugiere a las mujeres salir 5 minutos antes que los varones del cierre de las clases. Presuntamente esto permite a las mujeres no cruzarse en los corredores con los varones, circunstancia a la que parece asignarse un cierto grado de tentación. Exagerando todavía un poco más, cuando las jóvenes compiten con las de mayor edad por ingresar a algún curso universitario en particular, hay casos en los que se prefiere elegir a las de mayor edad, con el insólito argumento de que ellas, por lo general, expresan ``condiciones morales ya probadas''.

No obstante lo antedicho, aún bajo el actual gobierno hay mujeres policías, periodistas, parlamentarias, políticas, educadoras y atletas. Todas tienen sobre sus hombros una nube constante de inestabilidad que pareciera predecir la posibilidad de incidentes provocados por su sexo.

EL CORAN DICE

El Corán sostiene que no existe problema alguno en que las mujeres trabajen en el sector de la salud o en cualquier otro ``donde sean necesarias''. Los varones aprovechan el retraso social de la mujer en el campo de la política, dificultando su ascenso y limitando sus posibilidades.

En algunas regiones se obliga a las mujeres a desplazarse públicamente con un tutor masculino. Nunca solas. Esto se controla con un cuerpo de policía moral, organizado desde la década de los 90, cuyo propósito declarado es el de ``promover la virtud y evitar los vicios''.

Aunque son aislados, hay ejemplos de incidentes violentos realmente lamentables, como el protagonizado por una joven de 22 años, que no sólo se animó a salir sin la compañía de un hombre, sino que lo hizo vistiendo jeans, una audacia que para algunos parece intolerable. Hay también guardianes públicos cuya misión es impedir que las mujeres se desplacen con algún tipo de maquillaje, al que también consideran inmoral.

En la nueva llegada de los talibanes al poder hay algunas notorias contradicciones. Por ejemplo, se convoca a la mujer a trabajar en el área de la salud, pero al mismo tiempo se cierran las clínicas y centros médicos dedicados exclusivamente a atenderlas.

Hay obviamente todavía mucho que progresar respecto del trato que los talibanes brindan a las mujeres. Mientras tanto, ellos están reclamando la asistencia financiera internacional ``como cuestión de vida o muerte''. Pareciera lógico que esa asistencia estuviera condicionada a una mejora sustancial en el trato social que se brinda a las mujeres.

Lo que sucede es evidente, a pesar de que en Afganistán existen normas que apuntan a eliminar la violencia respecto de las mujeres, especialmente las violaciones y los matrimonios forzados, así como las prohibiciones que apuntan a no permitirles acceder a la educación o al trabajo. Son letra muerta'.

Con todo, ya no se flagela públicamente a las mujeres, ni se las lapida en caso de adulterio comprobado. Hasta no hace mucho algunas fueron fusiladas en el estadio mismo de Kabul por haber asesinado a sus maridos, de los que recibían malos tratos. Este tipo macabro de escenas probablemente no regrese. Pero nada está definitivamente garantizado para las mujeres por los talibanes.